Un viaje a la historia…

En marzo del año 2006 fui a España junto a mi madre. Entonces el viaje nos llevaría a la zona sur de España -Andalucía- y quizá, cruzábamos hasta Marruecos, en África.
Finalmente, no fuimos a Marruecos, pero sí recorrimos las ciudades de Cádiz, Jérez, Arcos de la Frontera, incluso Sevilla. Fue una maravilla...


Y es que Andalucía es reconocida internacionalmente por la calidad de sus playas, los buenos vinos, el flamenco, las fascinantes y atractivas mezclas de sus coterráneos, los bailes de los caballos andaluces, los mosaicos y la esencia de una España conquistada, alguna vez, por los árabes.

Sin embargo, nuestra estadía en España también incluyó unos días en Madrid, la hermosa capital atisbada de elegantes monumentos y con esencia de realeza en sus calles. Una ciudad que expele lo mejor de la cultura española en cada esquina, en un café, en una jamonería ó un bar de copas. Y es que Madrid es una ciudad divina, elegante, llena de luz y, es tan fascinante como diferente, en el día y en la noche.

Fue un día cualquiera en Madrid y una agencia del hotel ofrece salidas hacia Toledo, pasando por el Valle de los Caídos y El Escorial. Mi madre me dice que ella ya lo conocía y que yo sí tenía que ir a conocerlo, que es algo que se ve una sola vez en la vida. Así que me decido a tomar el tour de mediodía. Éste no llega a Toledo, pero sí al Escorial y el Valle de los Caídos, del que por cierto, no había oído hablar nunca antes.

Sale el bus en la mañana, toma la autopista noroeste de Madrid. Por fin puedo divisar la famosa Universidad de Complutense, y siguiendo por el camino, unas mansiones-palacios que pertenecen a los futbolistas, actores, y los acaudalados socialités de Madrid, adornan el costado del camino. Hay que cruzar la sierra.

Dicen que la sierra aún tiene nieve y hace mucho frío. Después de una hora subiendo la sierra estoy en el valle de los caídos… ¡¡¡Y vaya que hace frío!!! Jamás en mi vida he sentido más frío que ese. Un frío que cala hasta los huesos y un cielo despejado que engaña a los turistas que no alcanzan a divisar el blanco paisaje del suelo. En lo alto de la montaña, que aún tiene nieve en su ladera, emerge una cruz en memoria de los caídos en la Guerra Civil Española.

Para qué voy a negar que lo primero que pensé fue “ya sé de donde copiaron la forma de la cruz del tercer milenio que hay en Coquimbo (Chile)”, porque la “réplica” coquimbana es muy parecida… Mmmm qué curioso ¿no?

Un bosque nevado al costado, un hermoso día despejado, un frío que penetra hasta los huesos y una cruz imponente al fondo rodean el valle de los caídos: un parque y una basílica construidos en honor a los caídos. Al entrar, un respetuoso silencio ante la misa que cada día realiza el sacerdote del lugar y al que asisten los feligreses venidos de esas tierras.

Con un cuidado único para no resbalar en un suelo cubierto de hielo, me dirijo al sitio de que recuerda a las víctimas de tan sangriento conflicto.

Recuerdo que fue algo impactante estar de pie sobre la tumba del mismísimo Francisco Franco que, independiente del color político de quien lee estos recuerdos, no cabe duda de que se trata de una figura histórica y que tomar una fotografía de su tumba cubierta de flores -parado sobre ella- y deletreada claramente, es algo inolvidable.

El viaje continúa y hay que seguir subiendo. Me despido del valle, del silencio sobrecogedor, del recuerdo doloroso que guarda ese lugar y me voy directo a otra época histórica…al escorial.

A mí que me gusta la historia, se me hace inexplicable el poder sentirme partícipe de ésta o poder vivir en carne propia lo que ésta ha sido. Atrás van quedan los recuerdos de los viejos libros del colegio que mostraban fotografías de los grandes monumentos. Ahora estoy a minutos de estar en uno de ellos. Es algo inexplicable.

Una ciudad pequeña de la que no recuerdo el nombre…. Ah si, ciudad real, creo que la llaman. Es una pequeña ciudad de coloridas casas bellas, de calles ordenadas, sin pinturas ni grafitis, con gente cálida que te ofrece churros con chocolate a precios accequibles y que, por cierto, vienen muy bien con el frío.

De pronto, en una esquina veo el majestuoso palacio, que en sus mejores tiempos, también fuera universidad, cementerio real, galería de arte, monasterio, catedral, escuela de ejército, biblioteca y fortaleza.

El Escorial fue el símbolo del apogeo español del siglo XVI. Mandado a construir por el Rey Felipe II, hijo de Carlos V de Alemania (Carlos I de España), el Escorial ha sido considerado por muchos como la octava maravilla del mundo moderno.

Majestuoso e imponente, la basílica de su catedral se destaca entre la fortaleza de sus muros. Sus elegantes y diseñados jardines ahora están cubiertos de nieve, y el paisaje es fascinante. Es único. Es un sueño estar ahí y entrar a los mismos pasillos que alguna vez recorrió Felipe II, hasta su muerte.

Nos explican y llevan por diversos lugares. Realmente es indescriptible cuando se está entrando al panteón de los reyes y puedes tocar la tumba de Carlos V; y de Felipe II. Una sala de mármol negro y bronce, del que cuelga una elegante lámpara de lágrimas ilumina las tumbas reales y de sus familiares.

En otro lado del palacio, se celebra una misa en la catedral de ciudad real. Llena de asistentes, apenas puedo sacar fotografías de la enorme y altísima cúpula de estilo barroco que está por sobre el altar principal.

Un paseo por los pasillos construidos en mármol, con ventanales que dan al jardín nevado me llevan a la otrora habitación del rey. Su cama, su baño, sus recuerdos reviven el siglo XVI y hacen de ese lugar, un espacio único.

Caminando por pasillos de mármol, con los techos cubiertos de frescos enormes e hiperrealistas, lleno decolores que evidencian el pasar de los siglos, me encuentro en la galería principal del palacio. Un museo personal de pinturas de maestros como El Greco, Rafael, Boticelli, Diego de Velásquez u otros cubren las paredes del salón.
Un recorrido fascinante por la historia del mundo moderno, la misma que aprendimos en el colegio, ahora está ahí: viva y tangible. Soy parte de ella.

Y no sigo más, porque de esa experiencia puedo contar tantas cosas, como que a mi regreso a Madrid, presencié la acreditación de los ministros y embajadores ante el rey… una ceremonia que evoca la tradición de las carrozas y el más emblemático de los protocolos reales.

Una experiencia maravillosa que por supuesto, será inolvidable y que por sobre todo, doy gracias a dios poder haberla vivido y contarla ahora.

Comentarios

thEye33 ha dicho que…
Deberías escribir algo más sobre la ciudad de Madrid, tengo curisiodad por saber que opina alguien de fuera sobre algo que yo tengo tan cerca. Salva