Si estudiamos los registros,
sabremos que de los terremotos más grandes del planeta -esos que alcanzaron los
9 grados- 3 de ellos ocurrieron en Chile (Valdivia 1835; Arica 1868 y Arica
1877). Y lo peor, es que durante el siglo XX la secuencia se repitió en zonas
similares y en lo que vamos del siglo XXI, la cosa parece no cambiar. Acá les
dejo un artículo que escribí al respecto.
Chile es un país delgado y
extenso. En su costado oriental se impone la Cordillera de los Andes, la más
larga del mundo y por el lado contiguo, el Océano Pacífico. Al ser un país
delgado, donde mar y cordillera sólo distan de 180 kilómetros como promedio,
estamos en un relieve con enormes contrastes y entonces, tenemos montes como el
Aconcagua (el segundo más alto del mundo, después del Everest) y casi al
frente, la profunda Fosa de Atacama, una gran falla que afecta las 4 primeras
regiones del país y el sur de Perú.
En el norte del país, cuando la
Placa Oceánica de Nazca –donde se ubica la fosa de Atacama– comienza a avanzar
hacia el continente (10 cm. por año) y la Placa Continental hacia el Océano
Pacífico, se empujan y atascan. Al ser la Placa de Nazca más pesada, ésta se
hunde por debajo de la Placa Continental en un fenómeno geológico llamado
subducción. Cuando se rompe este atascamiento, debido a la tensión que ejercen
ambas fuerzas, se produce un sismo.
En el sur de Chile, los sismos
son causados por el roce entre la Placa Continental y la Placa Oceánica
Antártica. Por esta razón, Chile es un país muy vulnerable a terremotos, ya que
además carecemos de superficies extensas, tenemos grandes contrastes geológicos
aparecidos en el proceso de Orogénesis Andina y porque somos parte del Cinturón
de Fuego del Pacífico, una extensa área conformada por una serie de volcanes y
cadenas montañosas hundidas en el océano que generan gran actividad sísmica. La
superficie que abarca bordea al Océano Pacifico desde Chile hasta Japón,
pasando por Perú, California y parte de la costa de Asia y Oceanía.
Chile no sólo tiene el triste
récord de ser el país más sísmico del mundo –en el siglo XX tuvimos, como
promedio, un terremoto de magnitud 8 cada 10 años– sino que también somos la
cuna del terremoto más grande jamás registrado en la historia: el tristemente
célebre Terremoto de Valdivia, ocurrido el 22 de mayo de 1960 a las 14:55 pm. Y
cuya intensidad alcanzó los 9,6 grados en la escala de Richter y el XI – XII de
la escala de Mercali. Es decir, un cataclismo.
El Terremoto de Valdivia, con sus
37 epicentros, 10 minutos de duración y tres Tsunamis, liberó una energía que
corresponde aproximadamente al 35% de la totalidad de la energía liberada por
todos demás terremotos que se han producido en el planeta desde 1900 hasta
1997. El cataclismo afectó gravemente desde la VII hasta la XII región (aunque
se sintió en todo el cono sur).
Si bien hubo un primer terremoto
el día 21 de mayo que alcanzó los 8 grados, el del día 22 sobrepasó todos los
límites. Los 37 epicentros del terremoto actuaron como una gran cadena, de
Norte a Sur en una extensión de 1.350 kilómetros, lo que constituyó unos
400.000 km2 de superficie afectada.
Olas gigantes de más de 20 metros
asolaron y deformaron la costa chilena, dejando más de 10.000 muertos,
destrucción total de poblados y grandes olas que rebotaron hasta Japón y
California, donde causaron graves daños y muerte.
Testigos de ese hecho –y las
imágenes de archivo así lo demuestran- dicen que la tierra se abrió, las construcciones y árboles caían como palitroques. La
tierra abierta, casas en ruinas y los ríos desbordándose causando que 10.000 hectáreas al sur de la ciudad se inundaran. Cuando cesó el
gran terremoto, a los veinte minutos llegó la primera ola de 4 metros, y como
si la tierra se hundiera o el mar se levantara, arrasó con todo a su paso.
Luego vino la segunda, y después la tercera… de más de 20 metros. Las víctimas se contaron por miles.
El terremoto de Valdivia cambió
para siempre la geografía del sur y centro sur de Chile. Islas que aparecieron,
otras que se hundieron, los ríos cambiaron su curso, nacieron lagos y aquellas
granjas que delimitaban las zonas agrícolas, hoy son parte de las aguas del mar
que se internó hasta 100 Km tierra adentro. Este fenómeno en un principio fue
atribuido a un aumento del nivel de las aguas del mar, pero luego se explicó
que la verdadera razón fue que el terreno, a lo largo de 30 Km. y 500 Km. de
ancho, se hundió de golpe, unos 2 metros.
Lo cierto es que hasta hoy,
cuando uno recorre la hermosa ciudad de Valdivia se pueden observar los techos
de algunas casas que fueron tragadas por la tierra y quedaron enterradas, o
enormes barcos que el mar arrojó tierra adentro y que hoy descansan en algunos
cerros, rememorando el gran cataclismo.
La lista de terremotos en Chile
es interminable. El de 1960 destaca porque ha sido el más grande de toda la
historia humana, al punto que debió extenderse la Escala de Richter para ser
incluido. Para que nos hagamos una idea, nosotros los más jóvenes, el terremoto
y tsunami que afectó las costas de Sumatra e Indonesia el 2004 fue grado 8 y
está en el tercer lugar del ranking de los terremotos más devastadores de los
últimos tiempos.
Estamos acostumbrados a los
sismos, de hecho todos los días hay un temblor en Chile -aunque no lo
percibamos-. Ahora último hemos tenido varios de envergadura y con
características de terremoto. En 1985 en la zona central, en 1997 en el norte
chico, el 2001 en el norte grande, el 2005 en el norte grande y antes de ayer,
en el norte grande… Y cuando hablo de estos terremotos “importantes” son todos
superiores a 7 grados en la Escala Richter. Lo que en otras zonas del planeta
sería devastador, para nosotros –acostumbrados a ello- hemos aprendido a costa
del sufrimiento, o como dijo Ortega y Gasset alguna vez: “un país condenado a
ver caer 100 veces lo que le ha costado construir 100 veces”. Esa es nuestra
geografía.
El terremoto de hace 3 días, que
llegó a ser grado 8 en Tocopilla (Región de Antofagasta) y que se sintió hasta
Bolivia y Perú, por el norte, y hasta la Región Metropolitana por el sur, es
sólo una más de la lista. Desde el 2000 a la fecha, ha habido más de 6
terremotos sobre 7 grados en la zona de la Fosa de Atacama.
El gran temor es que los
científicos saben que las condiciones geológicas están dadas para que ocurra un
gran cataclismo en la zona costera del norte de Chile –el último gran sismo en
esa zona fue en 1887, generando olas que superaron los 22 metros y destruyó
varias ciudades–.
En un medio regional de la Región
de Coquimbo, se preguntó al destacado Sismólogo y Académico del Departamento de
Geofísica de la Pontificia Universidad Católica de Chile, Marcelo Lagos,
sobre si el terremoto del 14 de noviembre era el movimiento que ha sido
predecido por los científicos y dijo que no. "Donde han ocurrido los
últimos eventos es donde históricamente han sucedido. El del miércoles 14
(ayer) no fue el movimiento esperado y que provocaría una gran catástrofe. Hay
una zona costera que está hace 130 años en calma y es ahí donde debería
generarse un terremoto de gran magnitud que generaría un tsunami
destructor", dice el destacado científico.
A mi no me extrañan sus palabras,
yo apenas vi las noticias supe que este no era el gran terremoto que se espera
en el norte, que quizá sea similar al que desoló Valdivia en 1960, debido a las
condiciones geológicas y la gran cantidad de energía potencial que allí se
conserva.
Nosotros no podemos saber cuando
será real. Esperar que no ocurra es imposible porque estamos, como especie
humana, ubicados en una etapa de formación geológica planetaria. En otras
palabras, nuestro planeta aún se está formando.
Entonces nos quedan dos
alternativas: esperar pasivamente que esto ocurra algún día, o tener una
actitud que nos permita saber qué hacer en estos casos. Una educación orientada
a la prevención de riesgos y saber actuar en situaciones de supervivencia
extrema. Yo opto por la segunda, que afortunadamente se ha empezado a aplicar
en un país como el nuestro. El más sísmico de todos y que, debemos como
chilenos, conocer a cabalidad el comportamiento geológico, los efectos de los
terremotos y ser capaces de tomar las decisiones más adecuadas para salvar
nuestras vidas y la de otros.
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