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En pleno verano y con un alza alarmante de contagios en Chile, ya se habla de rebrote y cifras que están cercanas a las de junio del año pasado con casi 4.000 contagios diarios en el país. Las causas son diversas, pero claramente la movilidad nacional e internacional producto de las vacaciones, las aglomeraciones y las constantes fiestas clandestinas han sido variables que inciden en la cadena de contagio.
Y partamos diciendo
que la comunicación de riesgo se utiliza cuando se requiere un preparativo
previo a la emergencia y en el caso de la pandemia en curso, el objetivo es
contener la crisis de la mejor forma posible. Por lo mismo, los tiempos siempre
son urgentes, requieren de planificación y de un equipo experto en
comunicaciones de riesgos que es independiente al equipo de salud, aunque
trabajen mancomunadamente.
Comunicar riesgos va
más allá de la entrega de boletines, estadísticas, curvas y puntos de prensa.
Implica también, aminorar la incertidumbre y contener a la población del miedo
que genera una situación de emergencia. Busca siempre dar un mensaje simple,
claro y de fondo explicando la situación que acontece.
Por ello, es
importante saber qué percepciones y emociones tiene la opinión pública respecto
de la pandemia, dado que no es igual la percepción de riesgo que el riesgo real
existente y esto, claramente determina el comportamiento de la población.
Cuando existe una
percepción alta de riesgo el comportamiento de las personas tiende a ser más
prudente y la peligrosidad baja. Por el contrario, la baja percepción de riesgo
trae consigo mayor peligro y justamente, este es uno de los puntos que al
parecer, hoy más complica a las autoridades y especialistas del ámbito de la
salud pública: la sensación de riesgo ha disminuido en sectores de la
población.
Para la Organización
Mundial de la Salud, la comunicación de riesgo es
un componente esencial en la gestión de emergencias y también de la salud
pública, y siempre debe enfocarse en los
afectados, basarse en datos duros, fomentando la confianza y la transparencia
en cada fase (antes, durante y después) de la emergencia, además de la planificación.
Desde
que la OMS declaró oficialmente la pandemia del Coronavirus en marzo de 2020,
ya había 118
mil casos reportados a nivel mundial, más de 4.000 fallecidos en el mundo y
habían transcurrido casi tres meses desde que la Comisión Municipal de
Salud de Wuhan (China) notificase diversos casos de neumonía en la ciudad causados,
posiblemente, por un nuevo coronavirus. Un año después, las cifras en el mundo
son superiores a los 95 millones de casos y 2 millones de fallecidos según el
centro de investigación Johns Hopkins
CSSE.
Por ende, toda
instalación de un plan comunicacional de riesgos ante una situación como esta exige
conformar un equipo de experiencia comprobada en diversos tipos de emergencia
que lidere y prepare vocerías altamente capacitadas para responder a los
periodistas, idealmente con canales de atención las 24 horas e información
actualizada permanentemente, así como de la capacidad de coordinar y gestionar
con los diferentes stakeholders la
elaboración e implementación de acciones de comunicación, mensajes claros,
pertinentes, asertivos para la opinión pública y en los diferentes canales de
comunicación comprensibles para todos los grupos etarios.
En síntesis, comunicar
riesgos va más allá de solo informar. Implica contención emocional, miedos y otros que afecten a la población; los
mensajes deben ser claros, transparentes, sin espacio a dudas ni
interpretaciones. Deben ser inclusivos con el objeto que todos los actores involucrados sean parte de la
construcción de las estrategias y aporten a las aristas que deben enfocarse y
ser difundida en diversos canales y formatos.
En esta alarmante alza de contagios, entonces
urge implementar una nueva estrategia de comunicación de riesgos que permita
mitigar el peligro, informar claramente y persuadir a la población respecto del
autocuidado, porque para salir de esta pandemia se requiere el esfuerzo de todos
y cada uno de nosotros.
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